martes, 1 de noviembre de 2011

¿Qué es el umbral del dolor?



El umbral del dolor se define como la intensidad mínima de un estímulo (la fuerza más leve de un golpe o el contacto más breve con la fresa del dentista) que despierta la sensación de dolor. Los estudios hechos en el laboratorio con diferentes tipos de personas: esquimales, pieles rojas y caucásicos, por ejemplo, indican que casi todo el mundo tiene, sobre poco más o menos, el mismo umbral del dolor. Usando una lámpara de rayos infrarrojos para elevar paulatinamente la temperatura de la piel se ha visto que la mayoría de la gente comienza a sentir dolor cuando el calor llega a los 45° (lo que no es de extrañar, pues a esa temperatura es cuando el calor empieza a dañar los tejidos), y prácticamente todos se quejan de dolor antes de que la temperatura llegue a los 47 grados.

En lo que sí difieren unas personas de otras es en sus reacciones ante el dolor; lo que para una resulta intolerable, no altera a otra, aunque las dos sientan dolor. Hay dolores que producen angustia, depresión, náuseas y lágrimas en cierta gente pero no en otra. La tolerancia al dolor puede variar en una misma persona según las circunstancias y el estado psíquico. Si nos damos un golpe en el dedo gordo del pie al huir de un perro fiero o de un asaltante, probablemente no sintamos ningún dolor. El personal de los hospitales ha descubierto que la preparación psicológica suele reducir el dolor postoperatorio. Un paciente al que se le explica antes de operarlo cómo se va a sentir después, cuánto le va a doler y cuánto tiempo le durará el dolor, generalmente necesita menos analgésicos después de la cirugía que el paciente que no está preparado.

Mediciones aparte, el nivel de dolor que llegan a sufrir dos personas con lesiones similares varía. Estas diferencias pueden ser reflejo de la educación o cultura de cada uno. Sin embargo, existen cada vez más pruebas de que la respuesta al dolor tiene mucho que ver con nuestros genes y nosotros, por supuesto, no tenemos control sobre ellos. Según explica el doctor Juan Pérez Cajaraville, director de la Unidad del Dolor de la Clínica Universidad de Navarra, “en la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, se han realizado investigaciones que indican que hay diferencias biológicas y psicológicas: influyen los genes, pero también aspectos emocionales, como las expectativas y los daños en el sistema nervioso”. 

Y aún podemos afinar más. Por ejemplo, mujeres y hombres no somos iguales y, por tanto, tampoco actuamos igual frente al dolor. De hecho, al contrario de lo que siempre hemos pensado, ellos aguantan mejor. Eso sí, parece ser que las mujeres responden mejor a los analgésicos.

La diferencia la marca una proteína y las conclusiones del estudio que lo investigó se publicaron en la revista especializada Proceedings of the National Academy of Sciences. El trabajo indicó que una proteína (GIRK) en el organismo de los hombres transmitía el dolor con menor intensidad. Sin embargo, en las mujeres, si bien lo transmitía con mayor agudeza, era más sensible a la acción de los analgésicos. 

Proteínas aparte, los expertos empiezan a medir también otras variables como la experiencia personal. Por ejemplo, aquella antigua máxima de “Los chicos no lloran” ha acabado desarrollando mecanismos psicológicos de tolerancia al dolor entre ellos. Increíble, ¿verdad? Por otro lado, la tolerancia puede cambiar incluso con la edad: a medida que envejecemos, se producen unos cambios en el organismo que disminuyen en nosotros la percepción del dolor. 

Lo que sí está claro es que, frente a determinadas situaciones, la reacción es similar. Por ejemplo, si tropezamos en una huida frente a algún peligro, probablemente ni mujeres ni hombres seremos conscientes de ello. Esto se debe a que, dentro del circuito neurológico del dolor, los receptores de los opiáceos naturales –las encefalinas, las dinorfinas y las endorfinas– actúan como analgésicos sin interferir en la actividad motora. Éstas evitan que el cerebro sea consciente del dolor, lo que explicaría por qué, en algunas circunstancias, como en momentos de riesgo vital, en una huida o en la lucha, el organismo no es consciente del dolor. El deporte es uno de los mejores motores de producción de endorfinas; por ello, realizar cualquier tipo de ejercicio físico no sólo es beneficioso para mantener una forma física óptima, sino también para regular el dolor. Lo mismo ocurre con la risa o las reuniones sociales satisfactorias, excelentes productores de endorfinas.

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